Hubo un tiempo en que ser aliado quizás era fantástico en Alemania, y en Europa, hay que entenderlo y es obvio.
Básicamente porque los altos despachos de Washington los ocupaban señores que hacían un discurso “Ich bin berliner” y no te meaban en los zapatos mientras te llaman comisario político para que la masa se lance a otro partido.
También porque había políticos con la categoría suficiente, de todo tipo, como para no dejar tirados a una serie de naciones destrozadas después de luchar hasta la extenuación contra una tiranía bárbara, genocida, asesina industrial en serie, torturadora, criminal, agresora, etc… y que se tenían que enfrentar a otra idéntica.
Podemos compararlo con los discursos de los últimos días. Dejan tirado a un país destrozado ante un dictador por unas minas. Así, a la cara, encima después de haberte puesto las armas en la mano para destrozarte contra una bestia. Y no hablo de cuál es la solución. Hablo del discurso.
Evidentemente, no es la misma situación, no es el mismo gobierno ni son los mismos políticos. Quizás ni sea el mismo país. Los tiempos cambian y haya que adaptarse.
Hoy, con esta banda de teleñecos pirados, pues está dejando de ser buena idea a pasos agigantados.