DIARIO DE UNA BANDERA
Un pequeño barco hace la travesía a Ceuta y es el portador del convoy y del correo; sus visitas se ven limitadas por los constantes temporales y la falta de embarcadero; su llegada, lleva de paseo hacia la playa a muchos soldados; una veintena de hombres de desnuda para efectuar las faenas de descarga; el oleaje les moja hasta la mitad del pecho; pero incansables siguen su tarea varias horas.
La llegada del cartero con los encargos, ha llevado también hacia la playa a muchos Oficiales. Allí se les reparte la esperada correspondencia; sentados sobre la arena leen sus cartas; sienten pasar esos momentos de melancolía que engendra el recuerdo.
Otro día la presencia de un cañonero embarga la atención del campamento. Las rayas blancas de la chimenea, nos dicen que es nuestro barco; así le llamamos al cañonero “Bonifaz”que, mandado por el culto y experto Capitán de fragata, Don Juan Cervera, vigila esta costa….. El día es esplendido.¿ se decidirán a visitarnos?.
Al saludo e invitación hecha por nuestra estación radiográfica, responde el barco con otro saludo; el Comandante y varios Oficiales bajarán a visitarnos.
Cuando llegamos a la playa se acerca a la orilla la canoa del Comandante, desembarcan a hombros de los marineros y, juntos, emprendemos a caballo el camino al campamento.
En la explanada principal esperan formados los legionarios que son revistados por nuestros visitantes; después de la revista, la Bandera efectúa algunas evoluciones, las ametralladoras con rapidez y precisión ejecutan un breve ejercicio de tiro; y, rotas las filas vuelve el campamento a su vida ordinaria.
Recorremos la posición y después de enseñarles lo poco que el campamento tiene, nos hacen el honor de acompañarnos a la mesa. Los momentos transcurren para nosotros tan agradables que, con sentimiento, vemos llegar la hora de su marcha.
¡Alegran tanto las visitas en estos campamentos apartados¡
A pie emprendemos el regreso a la playa; visitamos el bosque sagrado del cementerio moro. Nos despedimos de los marinos, que con su visita, han roto la monotonía de nuestras horas en el campo.
La vida en Uad-Lau tiene pocas distracciones. Solo en los paseos hacia la playa, la presencia, alrededor de los pozos, de las moras de los poblados, pone una nota alegre en la calma de la tarde. Los legionarios toman estos lugares como paseo favorito, y al caer el día son muchos los que se encaminan hacia la costa donde la vista se recrea con la presencia de moritas jóvenes, que ante la aparición de algún moro, aparentan huir como pajarillos asustados por la presencia del cristiano; algunos de los nuestros decididos, las cortejan, y los añosos olivos del bosque sagrado han sido muchas veces mudos testigos de la galantería legionaria.
Las riñas no existen, los que pretenden reñir son separados por los compañeros y llevados a presencia del Oficial, que entregándoles los guantes de boxeo, les permite que diriman así sus querellas, entre la bromas de los camaradas; desahogados los nervios y reconociéndose su falta, acaban dándose la mano y amigos se separan.
Las noches son tranquilas. Una de ellas, el sonido de un disparo se siente en dirección al servicio. Nos dirigimos a visitar los puestos y nos detiene un “halt qen vifeâ€, con marcado acento alemán; es el viejo cabo Gustavo Hort (antiguo oficial bávaro) el que nos recibe. Nos indica que fue en el puesto inmediato de donde partió el disparo. Al separarnos del veterano, sentimos, como los soldados de su escuadra, tienen gran simpatía por el fiel cabo Gustavo, que un día de “caffard”desapareció del campamento. Nadie creyó en su deserción. ¡era tan buen soldado¡.
Llegamos al puesto del disparo. El cabo explico como el centinela, medroso, disparo su arma creyendo ver algo. Y para que el caso no se repita, se le ordena dejar el fusil, y armado de machete lleve a la orilla del rio un pequeño cajón, que recogerá la descubierta al día siguiente.
En la obscuridad de la noche vemos perderse la sombra del centinela. Más tarde, el ruido de un disparo en dirección al rio, pone al puesto en marcha hacia allí. A los pocos pasos aparece el soldado que, libre de peso, regresa a seguir su servicio. Al día siguiente el cajón estaba en la orilla del rio.
El día de Nochebuena, se celebro con esplendida cena, por los legionarios. El vino corre y entre cantos y alegrías pasan hermanados la fiesta de pascua.
Los alemanes han pedido autorización para reunirse, y un árbol de Noel, con sus múltiples luces, señala el sitio de su fiesta. Los Oficiales les colgamos de las ramas botellas de cerveza alemana; ellos afectuosos, nos brindan con canciones de su país. Al entonar su canción de guerra, las frentes se entristecen y vemos llorar los ojos de un viejo veterano.
La fiesta dura hasta el amanecer en que el campamento quedó en calma. Ha corrido el vino y ni un solo incidente se registra. Los legionarios para beber no necesitan receta.
La noticia de que en Gomara se concentra fuerte Harca para atacar nuestras posiciones, hace aumentar las defensas del campamento. Se colocan alambradas en los puestos avanzados y las prevenciones para el caso de un ataque se multiplican. Nadie ha de disparar sus armas en el interior del campamento. Las unidades marcharan en silencio, por el camino más corto, a su puesto de combate. Las ametralladoras quedan apuntadas durante la noche. Los vados del rio son vigilados con pequeños puestos de policía; pero los entusiasmos bélicos de nuestros soldados se ven esta vez defraudados; no somos atacados, que de haberlos sido, empeñada y gloriosa había de ser la empresa de defender este extenso campamento,(a 45 kilómetros de la Plaza) del ataque de la harca numerosa que anunciaban. Hay que esperar otra ocasión. Ya nos llegara el día.
Cada legionario es tu compañero de arma cualquiera que sea su nacionalidad, su raza, su religión.Tú lo manifestaras siempre en la estrecha solidaridad que debe unir a los miembros de una misma familia.