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Todos pensamos que Al Qaeda maneja todos los hilos de Iraq
Aquiles escribió:No sé si alguien lo habrá señalado ya, pero el gran error de USA en la querra de Iraq fue destruir el aparato del estado si tener ningúna estratégia para "el día después".
Ese error no se cometió, por ejemplo, en la IIGM.Cuando lo aliados invadían un país del Eje o sus satélites, no cometían la torpeza de dejar sin trabajo a los policías y funcionarios del estado sino que los reutilizaban.
racta46 escribió::D he leido este articulo de opinion y me ha parecido intresante asi que....
http://asturiasliberal.org/node/4198
Dicho eso, la desafortunada situación de Irak no es ni la responsabilidad de la coalición ni un peligro particular para Occidente.
Cuando Washington y sus aliados derrocaron al repulsivo régimen de Saddam Hussein, que puso en peligro al mundo exterior emprendiendo dos guerras de expansión, construyendo un arsenal de armas de destrucción masiva y aspirando a controlar el comercio de petróleo y gas, supuso el honor de un beneficio histórico para los iraquíes, una población que había sido oprimida accidentalmente por el dictador estalinista.
Terry es miembro de la segunda compañía de la brigada Bravo. Lleva cuatro meses destinado con los marines en Faluya, en el mortífero «Triángulo suní» de Irak. «Aquí siempre hacemos lo mismo: dormimos, patrullamos, comemos y volvemos a dormir, casi, casi, como en casa, salvo que aquí los vecinos te disparan», nos cuenta mientras el convoy se dispone a tomar la avenida principal de la ciudad.
Faluya es una urbe en ruinas. A ambos lados de la carretera todo son escombros y cascotes. Ni una de las casas que aún se tienen en pie se libra de las heridas provocadas por los impactos de metralla y proyectiles.
En la avenida principal hay poco movimiento. «Esta calle es un infierno. Nosotros intentamos controlar lo que podemos, y la insurgencia procura atacarnos cada vez que nos decidimos a atravesarla. Es un zona en la que estamos muy expuestos».
Tras circular unos quinientos metros por la avenida, el convoy gira a la derecha y entra en una callejuela. Una tienda de repuestos de coches es el único signo de vida. Cada vez hace más calor. El olor a aguas fecales y basura acumulada es insoportable.
«Estamos llegando a la zona industrial», dice Terry. «Este barrio fue uno de los más castigados en la ofensiva militar de diciembre del 94. No queda mucho en pie. Pero bueno... parece que las tiendas y los locales, poco a poco, van volviendo al trabajo».
El convoy se para en seco. Han sonado dos disparos que han hecho blanco en el blindaje del segundo vehículo. «¡Abajo, abajo, rápido, desplegaos!». Las órdenes de Ron Taylor, jefe del batallón, son tajantes.Ron es oficial de Policía en New Hampshire, Estados Unidos. Tiene cuarenta años, y está casado. Á‰l, como muchos otros miembros del batallón, decidió venir voluntario a Irak. «No podría vivir con el peso moral de no haber venido a esta guerra», asegura.
Parece que los dos disparos proceden de una fábrica en ruinas situada a nuestra derecha. «Esta zona de la ciudad es un paraíso para los francotiradores», apunta.
Justin, Alex y Tom aseguran el perímetro mientras el resto de la patrulla toma posiciones para entrar en el interior de la fábrica. Una patada basta para tumbar la destartalada puerta del edificio. «¡Rápido, rápido, rápido...», grita Taylor a sus hombres. El interior de la fábrica está llena de cascotes, polvo y esqueletos de vieja maquinaria. Sthepen, casi un chiquillo de California que repite por segunda vez en Irak, marcha en avanzadilla. Le cubre Bobby, el «chico de oro» de la unidad. «La primera planta está limpia», se escucha por la radio. Al final de la planta hay una escalera. Bobby cubre a su compañero con un fusil equipado con mira láser en tanto Sthepen sube el primer tramo. «Despejado», informa éste.
Una segunda carrera sitúa a todos los hombres de Ron en un nuevo perímetro que toma como referencia la escalera. «Si está el francotirador en el edificio, estará ahí arriba», susurra Taylor. La operación apenas dura quince segundos. Tres marines acompañan a Sthepen y a Bobby a la segunda planta, apenas se oye nada. Una vez más la comunicación por radio sirve para confirmar que todo esta despejado. Podemos volver a casa.
El alambre de espino que rodea el perímetro de la estación norte de Faluya indica que estamos de vuelta en la base. «¡Descargad las armas!», ordena Taylor después de que cruzamos la primera torreta de seguridad. «Un día más, y un día menos para volver a casa», comenta Terry. Los rostros de los marines se han relajado. Las miradas de miedo y tensión dan paso a las de alivio.
Faluya es una ciudad símbolo de la insurgencia iraquí. Aquí operan tres grupos, entre ellos la organización de Al Qaida en Mesopotamia. «Hoy ha sido un día tranquilo», comenta Terry. Para la segunda compañía de la brigada Bravo la jornada ha terminado.
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