Hasta el 24 de Junio continúa en Xauen la primera Bandera: los paseos militares se repiten y el servicio de descubierta hacia el rio se convierte por lo extenso y accidentado del terreno en una constante escuela de combate; y sin una agresión van transcurriendo los días de nuestra estancia en Xauen.
Una epidemia de fiebres tifoideas se presenta con carácter alarmantes; muchos de nuestros soldados han pasado al hospital; se toman enérgicas medidas sobre el suministro de agua y una activa campaña sanitaria parece disminuir el peligro; pero al salir en día 24 para el Zoco del Arba, nos vamos con el dolor de dejar en Xauen, gravemente enfermo a nuestro querido médico Valdecasas, a quien no habíamos de volver a ver.
OPERACIONES EN BENI-LAIT
Cuando llegamos al campamento del Zoco del Arba, reina gran animación; las cantinas y establecimientos inmediatos a la carretera se ven concurridísimos con la llegada de las columnas. Los Regulares y policías se agrupan junto a los cafetines moros, y los claros y laderas del campamento se ven interceptados por los carruajes y cañones de nuestra artillería.
Interminable se hace nuestro paso por en medio de estas tropas, para poder llegar al pequeño y apartado campamento de la segunda Bandera, donde se reúne la Legión a las ordenes de nuestro primer Jefe.
El día 25 salimos, a las órdenes del Teniente Coronel, formando parte de la columna Sanjurjo a la ocupación de Ait-el-Gaba; seguimos con el grueso de la columna; nuestra esperanza de alternar en las vanguardias se va viendo defraudada y los Oficiales marchan tristes y pensativos. Hemos educado a nuestros soldados para ir en los puestos más peligrosos y para ello también se reunió bajo estas Banderas una oficialidad entusiasta y decidida. Los soldados parecen participar de nuestra contrariedad y silenciosos ascienden por las laderas de Beni-Lait hasta entonces refugio de los tiradores enemigos.
Durante la marcha, y cuando llegamos a una cumbre, nos asomamos a un collado. La presencia de unos altos y bien colocados montones de piedras llama nuestra atención. Un soldado de Regulares rezagado en la marcha, se acerca a colocar una piedra sobre uno de ellos; la curiosidad me hace preguntarle. Son los montones que forman los peregrinos de Muley Abd-Es-Selam, cada vez que en su camino distinguen el santuario sagrado. Este día aumentan de tamaño; todos los Regulares han colocado su piedra.
Durante la primera parte de la operación seguimos formados en nuestro puesto. La caballería ha coronado las alturas y con poca resistencia llegamos a la posición. Los aeroplanos vuelan sobre nuestras cabezas bombardeando las barrancadas; una de sus bombas cae a pocos metros de nuestras secciones sin hacerles daño; el enemigo es poco y solo la policía en el poblado y los Regulares delante de la posición sostienen combate. En enervante espera, pasamos la mañana.
Al medio día nos destacan en ayuda de la otra columna. Cuando llegamos, el auxilio no es necesario, y al regresar aquella noche al campamento, escuchamos la copla que la ironía hace cantar a los soldados:
¿Quiénes son esos soldados
De tan bonitos sombreros?
El Tercio de Legionarios
Que llena sacos terreros…….
Esto es demasiado; para esto no hemos venido por segunda vez a Marruecos, dice un Oficial. Nadie está satisfecho; en el semblante de nuestro Jefe se nota también gran contrariedad; aconseja templanza, ¡Ya llegara el día¡ Pero interiormente todos nos descorazonamos. ¿Qué será de nuestro Credo?
El espíritu del legionario no por esto decae. Los soldados siguen con su espíritu de trabajo y sacrificio llenando pacientes los innumerables sacos terreros.
El día 27, después de un día intermedio de descanso, sale la Legión con la columna a la operación de Salah. Nuestro puesto no varía. Conforme pasan los días nuestra contrariedad es mayor, y al General, en nuestras conversaciones, respetuosamente rogamos un puesto de honor; ir algún día en la vanguardia.
Aquella tarde, para la colocación de un blocao, el General me concede un puesto más avanzado; pero para ir allí tengo que prometer no tener bajas. Con esa promesa me separo de mi Teniente Coronel, y haciendo milagros cruzamos la zona enfilada y nos reunimos a los Regulares. El enemigo es poco y nuestro apoyo no es preciso, pero nos dispararon algunos tiros y nos silbaron unas balas.
En la operación de Muñoz crespo, llevada a cabo el día 29, parece aviar la suerte de la Legión. Marchamos en nuestro puesto de la columna cuando una reacción de las gentes del Sucan nos obliga a intervenir en el combate; mientras en las alturas de la izquierda la segunda compañía tiene a raya al enemigo, avanza la primera en el frente rechazando a los harqueños, consiguiendo retirar los policías caídos en la ladera. Varios soldados caen heridos, con el heroico Capitán de la primera compañía don Pablo Arredondo. Los balazos que, atravesando sus piernas parecen no tener gravedad, le retienen el año sin curarse; no quiere retirarse, pero sus piernas no le tienen en pie y casi a la fuerza se echa en camilla.
El fuego sigue intenso durante el día y la Legión va alcanzando su nombre. En Buharratz, en aquella misma tarde escribe la tercera Bandera una de las páginas gloriosas de la Legión.
Es ya de noche cuando nos retiramos. A nuestro paso tropezamos varias camillas una de ellas descansa en tierra; es el joven Teniente García y García de la Torre, del Grupo de Regulares, este pobre chico, herido en el vientre, se ha caído dos veces de la Artola, matándose el mulo que lo conducía; y le llevan ahora en la camilla dos moros pequeños y poco resistentes que se cansan de su pesada carga. Nos paramos a su lado. El Teniente Coronel González Tablas, allí presente, le dirige palabras de consuelo:
-No es nada, adelante; dentro de un mes está usted paseando con el “guayaboâ€.-Yo no veré más al “guayaboâ€; el mulo me ha tirado dos veces; mi herida es mortal, pero no importa,- dice el muchacho con una sonrisa triste.- le animamos un poco y encargamos a cuatro legionarios fuertes de su conducción; un sargento con otros ocho escoltan al herido. En las sombras de la noche vemos perderse la camilla con la preciosa carga.
Hacia el fondo del valle, las hogueras de los poblados en llamas alumbran nuestro camino, y bajando la interminable cuesta, al recordar al héroe que marcha en la camilla, pensamos en el dolor del “guayabo”que le espera……..
